Lloriqueando con Serrat

Santiago era una fiesta el sábado por la noche y esa fiesta se llamaba Joan Manuel Serrat y hablaba en catalán. «Por fin», era el slogan de los miles de carteles que tapizaban cada rincón de Santigo con la foto del cantautor español. «Por fin» repetían dieciocho presas políticas que aún permanecen detenidas en una cárcel chilena cuando abrieron sus rejas y entró Serrat para cantarlas con una guitarra mal afinada, fabricada en la misma cárcel. 

«Es una pena venir a verlas a un sitio como este», les dijo. «Por fin» también exclamaron los cerca de 30.000 espectadores que llenaron el Estadio Nacional, el mismo recinto que reunió a otros miles tras el golpe militar de 1973, detenidos, torturados y muchos de ellos desaparecidos. «Aquí me tienen», gritó Serrat al salir al escenario para completar un recital que había quedado suspendido durante dieciocho años. 1972 fue la última vez que el español, ídolo de varias generaciones de chilenos, visitó Santiago. 


Un año después La Moneda era bombardeada y la dictadura militar impidió el regreso de un cantante que se dedicaba a «denigrar a Chile en el exterior», según rezaba la propaganda oficial. «Disculpen si me demoré un poco, pero no fue culpa mía», dijo Serrat, y el estadio enloqueció de aplausos y vivas. «Este recital es para los que están aquí, para los que viven en el exilio y para los que ya no están con nosotros», proclamó el cantante. El presidente Patricio Aylwin, elegido el 14 de diciembre pasado a la cabeza de una coalición de diecisiete partidos que incluye a socialistas y democristianos, era uno de los espectadores de honor. Su Gobierno había levantado la

prohibición de ingreso que pesaba sobre Serrat y que le había impedido por dos veces la entrada a Chile, una de ellas hace apenas un año y medio. «Disculpe usted presidente que no lo haya saludado antes», dijo Serrat promediando el recital. 

«Es que la emoción me hizo olvidar tantas cosas». Los aplausos de Aylwin se sumaron a los de la chica vendedora de CocaCola que dejó abandonadas sus botellas y se dedicó a contemplar arrobada casi todo el concierto, echando incluso una lagrimarla cuando escuchó Tu nombre me sabe a yerba. Los temas antiguos de Serrat ocuparon la mayor parte de las dos horas y media del recital, conforme a los anuncios que había hecho el propio cantautor, según el cual iba a «terminar de interpretar los temas que dejó a medio cantar». Seis veces hubo de salir al escenario Serrat después de haber terminado sus dos horas programadas y otras seis veces la multitud, formada mayoritariamente por parejas de mediana edad y jóvenes le encendió antorchas y mecheros para iluminar una noche sin luna. 

Al final, Serrat -que había cantado versos de Benedetti y Machado, de Violeta Parra y Miguel Hernández, se despidió con un tango «de rabiosa actualidad», escrito por el argentino Santos Discépolo hace 50 años: Cambalache. «No me apuren», dijo, «que volveré otra vez». Serrat repitió anoche su recital, entre visitas a la Vicaría de la Solidaridad -institución de la Iglesia dedicada a la protección de los derechos humanos- y un paseo a la casamuseo de Pablo Neruda, en Isla Negra, 100 kilómetros al oeste de Santiago. Hoy abandonará el país después de un masivo encuentro con la intelectualidad organizado por el ministro de educación, el socialista Ricardo Lagos.

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