Aprendiendo a bailar

«NO se aprende a bailar en un estudio», dice Arlette Van Boyen, directora del Dans Theater 2; «sino encima de un escenario, en contacto con el público».Esa es la filosofía y -lo que es aún mejor- la práctica de la compañía junior del NDT. Los «escogidos» no desaprovechan ni un ápice de tan excepcional oportunidad, volcándose con una contagiosa energía en la atenta interpretación técnica y expresiva de mundos tan distintos como el de Jiri Kylian Hans Van Manem, Nacho Duato y Ohad Naharin. 

A partir de una cuidada preparación clásica y una limpieza de línea que en algunos casos revela a bailarines de primera, el Nederlands 2 asume las peculiares «maneras» y hallazgos de sus autores predilectos e infunde en ellos ese ímpetu de la juventud entendida. Con su singular y penetrante personalidad, Jiri Kylian es quizá quien mejor contribuya a ilustrar las heterogéneas aptitudes de los trece bailarines del NDT 2 a través de coreografías exigentes y lucidas. Tal es el caso, aunque desde muy distintos ángulos, de «Stoolgame» (1974), un denso intercambio en torno al aislamiento y la comunicación que interpretan con increíble convicción y calidad de movimientos sus siete protagonistas, y el más vertiginoso «Nomaden» (1981), que se apoya en la reelaboración de las danzas de los aborígenes australianos para poner a prueba la flexibilidad, rapidez de reflejos y «vis comica» de los juniors. Intenciones igualmente aviesas muestra el holandés Hans Van Manem en su «Septet Extra» (1989), una irresistible parodia del amaneramiento en danza con cuyo sano humor, parecen identificarse muy bien los jóvenes del Nederlands, dotados en más de un caso para la pantomima. 

El espíritu cambia radicalmente con las tres coreografías de Nacho Duato, virtual director del Ballet del Teatro Lírico Nacional. «Jardí tancat», su primer trabajo de 1983, «Chansons madecassens» (1988) y «Na floresta» (1990) revelan en ese sentido a un coreógrafo interesante y vigoroso, cuyas principales señas de identidad aparecen ya definidas en los sugestivos ángulos e inclinaciones y en la angustiosa expresividad de «Jardí» y emergen casi inalterados en «Na floresta» (la más rutinaria de estas coreografías) después de adoptar insólitas y más elaboradas inflexiones en «Chansons madecasses». 

Sólo la excesiva tensión de algunos de sus pasos y un discutible afán por subdividir el flujo de las voces que con muy buen gusto elige para sus coreografías (canciones de Mar Bonet o Villa Lobos). La de Ohad Naharin es una danza más rebuscada y efectista, aunque a su manera también ofrezca aspectos de interés. Así lo demostró el único paso a dos del programa, «Passomezzo», en el que diversas canciones y melodías renacentistas inglesas ponen el contrapunto a la abstracta y expresionista sensibilidad del israelí, que en «Innostress», sin embargo, cae en un simbolismo algo burdo en lo coreográfico para recrear los honores y aberraciones de una guerra que conoce demasiado bien.

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