Con todo deshabitado
Tras la eliminación de su equipo por el Milán, el entrenador del Real Madrid es, como el personaje de la obra de Alberti, un hombre deshabitado. Ha faltado a su deber y a la letra invisible de su contrato, y se ha convertido en un caminante descaminado, un idealista desideologizado y un forjador forgiano. Se ha vuelto de cristal o de éter. Es transparente o inhaprensible. En cierto modo, ya no existe. Y no por muerto, sino por hueco. Nada le queda por ganar, porque las competiciones nacionales han agotado para el Real su importancia y su encanto.
Nada le queda por gozar, porque no está autorizado para experimentar alegría dentro de nuestras fronteras, donde el Madrid bosteza en un machadiano hastío de casino provinciano. El descalabro europeo se dio un madrugón, y esa circunstancia lo sorprendió pero también lo ha protegido. La misión de Toshack ha terminado. Pero tan pronto, que lanzar al galés a las tinieblas exteriores sería como no haberlo rescatado nunca de ellas. Toshack está a salvo pero vacío. Se ha quedado sin objetivos y ya ha sido juzgado y condenado por la historia. Ahora es un alma en pena. Ni vivo ni sepultado, no se refleja en los espejos, no proyecta sombra y no deja huellas sobre la nieve.
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